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lunes, 30 de abril de 2018

El viento limpia la ciudad


Miro por los dos palmos de cristal de la oficina que da a la calle y veo que hoy hace muchísimo viento. Y me alivia. Lo necesitábamos, para que pueda llevarse esas promesas no cumplidas, los restos de sueños rotos, las ganas de querer construir en arenas movedizas, las frustraciones de vivir vidas que no corresponden, la contaminación que nos ahoga, la negatividad acumulada en el ambiente por ver que este puto mundo no avanza.

Todo esto que se lleva es lo que hace ese ruido grave entre las calles de la ciudad, que va chocando contra muros y edificios y es esnifado por las rendijas que hay a su paso. Que ilusos, y nosotros que pensábamos que era el sonido del viento, pero en el fondo sabemos que no los es, porque de alguna manera sentimos que nos pertenece.


Estamos en otoño, veo las hojas volar por los aires a través del cristal. Me dan envidia. Sigo encerrada en esta maldita oficina. Mejor hablemos de esas hojas que se arremolinan en el suelo, jugando unas con otras al "pilla, pilla", haciendo ruido cuando saltan y vuelven a chocar contra el suelo; o de las otras que simplemente se dejan arrastrar de un lado a otro en bandadas por la fuerza del aire. Se parecen a nosotros, adormilados y vendidos a esa garra que nos manipula y nos lleva de un lado a otro según sus beneficios.

Yo quiero pertenecer a las que vuelan, solitarias, vagando y flotando, aunque siguen sin desprenderse del aire, pero parece que son más libres. Y cuando me quedo fijamente observándolas, me consuela.

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